Este fic lo escribí junto con otra amiga, como regalo de cumpleaños para otra. No sé, no sé, tengo mucha imaginación, pero no se me da muy bien escribir, y creo que esto ha sido lo mejor que he hecho nunca. Es cortito y tal, pero espero que os guste.
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Capítulo 1.
Había sido un duro día de trabajo para todos, habiéndose levantado bien temprano para hacer lo que suele hacerse en las giras: pruebas de sonido, entrevistas, sesiones fotográficas. Después de todo eso, se alojaban en un sitio al que llamaban hogar por tan solo un día, dos a lo sumo.
Cuatro personas en una misma habitación, hablando y dándole a los típicos vicios que puedes tener alguna vez en la vida, como tabaco, música y alcohol. Risas, piques y palabras sacadas de tono.
Gerard, habiendo cruzado la línea de embriaguez, no paraba de lanzarse sobre aquello que tenía a la vista: Marta, una joven fotógrafa a la que carácter no le sobraba. Ella empezaba a cansarse de las tonterías que aquel chico hacía esos últimos meses, cuando decidía pasarse del control y el consumo moderado de bebidas alcohólicas.
-Gerard, que me dejes ya, joder. ¡Qué pesado! –espetó ella, mostrando una exagerada expresión de repulsión.- ¿Sabes? Me gustabas más cuando eras un maldito yonki. Al menos no me dabas la vara. –soltó, sarcásticamente, con el único fin de que se fuese de su lado. Algo que consiguió rápidamente, pues Gerard se levantó y se fue, obviando su enfado. Bien era cierto que las formas de Marta nunca eran las adecuadas, pero Gerard no estaba absento de culpa.
En el sofá contrario se encontraban dos de sus mejores amigos: Frank y Jamia, una prometedora pareja que, con sus más y sus menos, habían vivido una bonita historia juntos.
-Marta, te has pasado un poco, ¿no crees? –soltó Frank.- Vale que estés cansada de sus tonterías, pero no tienes por qué contestarle así. Sabes que eso le jode.
-A mí me joden esas tonterías, y lo sabe perfectamente. Si no quiere que le pague con la misma moneda, que me extienda un pagaré. –metaforizó Marta, intentando dejar ver su notable enfado.
-Vamos, ve a pedirle perdón. –pidió Frank, en modo de exigencia. Marta le lanzó una mirada de desagrado, llamándole mil cosas con sus ojos. Suspiró fuertemente de indignación y, sin más dilación, se levantó y se dirigió a la habitación de al lado, donde Gerard había decidido irse. Frank y Jamia se miraron entre sí, sonriéndose mutuamente.- Ya verás como acaban durmiendo juntos.
Marta abrió la puerta de la habitación contigua del hotel en el que se hospedaban. Entró y cerró tras de sí. Se quedó allí parada unos instantes, mirando a Gerard de arriba abajo, el cual estaba tumbado boca abajo en una de las camas. Marta se acercó lentamente después de examinar a su amigo con la mirada. Nunca se habían llevado realmente bien, aunque tampoco es que se batieran en un duelo cada vez que se cruzaran en la misma habitación. Disputas las habían habido miles entre ellos dos en muy poco tiempo, pero todas ellas sin apenas importancia, nada que cuatro palabras no pudiesen arreglar.
Se sentó en el borde de la cama, dándole la espalda a Gerard, al igual que él se la daba a ella. Suspiró fuertemente, intentando hacer tiempo para decidir qué palabras exactas usar con él. Había tenido que hacer esa elección muchas veces en las últimas semanas, pero, aun así, no era fácil para ella. Nunca sabía cómo iba a reaccionar él ante sus palabras.
-Gerard, perdona por lo que he dicho. No quería. Ya sabes, me dejo llevar por mi carácter. –decía, pidiendo unas disculpas que, del todo, no las deseaba. En cambio, no quería que la relación entre todos ellos se torciese por unas tontas disputas de vez en cuando. Gerard no articuló palabra alguna, creando un silencio bastante incómodo en aquella habitación. Marta volvió a suspirar, intentando tranquilizarse para no gritarle lo que tanto quería.- ¡Vamos! No puedes estar así siempre. Ya sabes, yo soy la que te saca las fotos, la que te retoca con el ordenador. Soy la que te termina de hacer perfecto, ¿no?
Gerard se incorporó, mirando a Marta fijamente a los ojos, frunciendo el ceño tanto como podía.
-¿Me estás diciendo que mi único desencanto es mi físico? De acuerdo, no soy un sexsymbol, pero tampoco soy un maldito engendro. No está bien que lo diga, lo sé, pero, ¿quién me va a querer si yo no me quiero primero? No, no soy un hombre perfecto, y mis errores no se pueden contar con los dedos de las dos manos, pero, ¿y qué? Tengo amigos, tengo una familia, tengo gente que me quiere. ¿Para qué necesito la perfección? Es algo que no existe, y prefiero no engañarme ante tal utopía que creer que siempre habrá algo mejor. Tengo lo que quiero, con eso soy feliz.
Marta no supo qué responder exactamente. A pesar de no estar en sus mejores facultades mentales, había respondido como una persona totalmente cuerda y sobria.
-Entonces, ¿por qué haces esto? –le preguntó ella a la vez que él se volvía a tumbar boca abajo.
-Otro de mis errores, quizá. –llegó a responder él, sin tan siquiera volver a dirigir su mirada a la de ella.
Marta no quiso añadir nada más. Se limitó a apagar la luz y a acostarse al lado de Gerard. No sabía si haría bien, pero él le daba pena, siempre se la había dado. A pesar de pensar de una forma asombrosa y de tener a gente que le quiere, siempre había sido un chico atormentado por muchos y por él mismo. Nunca había tenido confianza en sí mismo, pero parecía que, a cada año que pasaba, más creía en sus posibilidades. Realmente podría hacer lo que quisiera con un poco de empeño.
Si os gusta, decírmelo y sigo poniendo.
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Capítulo 1.
Había sido un duro día de trabajo para todos, habiéndose levantado bien temprano para hacer lo que suele hacerse en las giras: pruebas de sonido, entrevistas, sesiones fotográficas. Después de todo eso, se alojaban en un sitio al que llamaban hogar por tan solo un día, dos a lo sumo.
Cuatro personas en una misma habitación, hablando y dándole a los típicos vicios que puedes tener alguna vez en la vida, como tabaco, música y alcohol. Risas, piques y palabras sacadas de tono.
Gerard, habiendo cruzado la línea de embriaguez, no paraba de lanzarse sobre aquello que tenía a la vista: Marta, una joven fotógrafa a la que carácter no le sobraba. Ella empezaba a cansarse de las tonterías que aquel chico hacía esos últimos meses, cuando decidía pasarse del control y el consumo moderado de bebidas alcohólicas.
-Gerard, que me dejes ya, joder. ¡Qué pesado! –espetó ella, mostrando una exagerada expresión de repulsión.- ¿Sabes? Me gustabas más cuando eras un maldito yonki. Al menos no me dabas la vara. –soltó, sarcásticamente, con el único fin de que se fuese de su lado. Algo que consiguió rápidamente, pues Gerard se levantó y se fue, obviando su enfado. Bien era cierto que las formas de Marta nunca eran las adecuadas, pero Gerard no estaba absento de culpa.
En el sofá contrario se encontraban dos de sus mejores amigos: Frank y Jamia, una prometedora pareja que, con sus más y sus menos, habían vivido una bonita historia juntos.
-Marta, te has pasado un poco, ¿no crees? –soltó Frank.- Vale que estés cansada de sus tonterías, pero no tienes por qué contestarle así. Sabes que eso le jode.
-A mí me joden esas tonterías, y lo sabe perfectamente. Si no quiere que le pague con la misma moneda, que me extienda un pagaré. –metaforizó Marta, intentando dejar ver su notable enfado.
-Vamos, ve a pedirle perdón. –pidió Frank, en modo de exigencia. Marta le lanzó una mirada de desagrado, llamándole mil cosas con sus ojos. Suspiró fuertemente de indignación y, sin más dilación, se levantó y se dirigió a la habitación de al lado, donde Gerard había decidido irse. Frank y Jamia se miraron entre sí, sonriéndose mutuamente.- Ya verás como acaban durmiendo juntos.
Marta abrió la puerta de la habitación contigua del hotel en el que se hospedaban. Entró y cerró tras de sí. Se quedó allí parada unos instantes, mirando a Gerard de arriba abajo, el cual estaba tumbado boca abajo en una de las camas. Marta se acercó lentamente después de examinar a su amigo con la mirada. Nunca se habían llevado realmente bien, aunque tampoco es que se batieran en un duelo cada vez que se cruzaran en la misma habitación. Disputas las habían habido miles entre ellos dos en muy poco tiempo, pero todas ellas sin apenas importancia, nada que cuatro palabras no pudiesen arreglar.
Se sentó en el borde de la cama, dándole la espalda a Gerard, al igual que él se la daba a ella. Suspiró fuertemente, intentando hacer tiempo para decidir qué palabras exactas usar con él. Había tenido que hacer esa elección muchas veces en las últimas semanas, pero, aun así, no era fácil para ella. Nunca sabía cómo iba a reaccionar él ante sus palabras.
-Gerard, perdona por lo que he dicho. No quería. Ya sabes, me dejo llevar por mi carácter. –decía, pidiendo unas disculpas que, del todo, no las deseaba. En cambio, no quería que la relación entre todos ellos se torciese por unas tontas disputas de vez en cuando. Gerard no articuló palabra alguna, creando un silencio bastante incómodo en aquella habitación. Marta volvió a suspirar, intentando tranquilizarse para no gritarle lo que tanto quería.- ¡Vamos! No puedes estar así siempre. Ya sabes, yo soy la que te saca las fotos, la que te retoca con el ordenador. Soy la que te termina de hacer perfecto, ¿no?
Gerard se incorporó, mirando a Marta fijamente a los ojos, frunciendo el ceño tanto como podía.
-¿Me estás diciendo que mi único desencanto es mi físico? De acuerdo, no soy un sexsymbol, pero tampoco soy un maldito engendro. No está bien que lo diga, lo sé, pero, ¿quién me va a querer si yo no me quiero primero? No, no soy un hombre perfecto, y mis errores no se pueden contar con los dedos de las dos manos, pero, ¿y qué? Tengo amigos, tengo una familia, tengo gente que me quiere. ¿Para qué necesito la perfección? Es algo que no existe, y prefiero no engañarme ante tal utopía que creer que siempre habrá algo mejor. Tengo lo que quiero, con eso soy feliz.
Marta no supo qué responder exactamente. A pesar de no estar en sus mejores facultades mentales, había respondido como una persona totalmente cuerda y sobria.
-Entonces, ¿por qué haces esto? –le preguntó ella a la vez que él se volvía a tumbar boca abajo.
-Otro de mis errores, quizá. –llegó a responder él, sin tan siquiera volver a dirigir su mirada a la de ella.
Marta no quiso añadir nada más. Se limitó a apagar la luz y a acostarse al lado de Gerard. No sabía si haría bien, pero él le daba pena, siempre se la había dado. A pesar de pensar de una forma asombrosa y de tener a gente que le quiere, siempre había sido un chico atormentado por muchos y por él mismo. Nunca había tenido confianza en sí mismo, pero parecía que, a cada año que pasaba, más creía en sus posibilidades. Realmente podría hacer lo que quisiera con un poco de empeño.
Si os gusta, decírmelo y sigo poniendo.