Le habían sentado en una silla con los ojos vendados. Oía pasos aquí y allá, susurros y alguna que otra risa contenida. Distinguió las carcajadas burlonas de Gerard entre los comentarios cada vez más fuertes de los asistentes, y se removió inquieto en la silla. No le gustaban las sorpresas, nunca le habían gustado. Se sentía azorado cada vez que tenía que abrir un regalo delante de la persona que se lo había dado, porque lo único que atinaba a hacer era balbucear las palabras “noteníasporquéhabertemolestado” y “vaya, gracias, es… wow, ¡gracias!”, una y otra vez, aunque le regalasen algo horrible o que en la vida se le habría ocurrido pedir. Eso sin contar con que parecía ser obligatorio mostrarse excesivamente amable y con una estúpida e inagotable sonrisa pintada siempre en la cara. Prefería algo más humilde y tranquilo con gente verdaderamente cercana, y no con las decenas de conocidos que se encontraban en aquellos momentos reunidos.
Alguien se acercó por su espalda mientras pedía silencio entre los invitados, y le apretó los hombros. Seguidamente, el paño que le tapaba la visión de desató de su nuca para ofrecerle una horrorosa visión que tardó dos segundos en asimilar. No sabía qué cara poner, exactamente. Se había hecho un silencio sepulcral en la sala, un silencio expectante por ver su reacción ante la sorpresa. Y estaba claro lo que era ‘esa’ sorpresa. A primera vista, y para una mente más inocente tal vez, no era más que un pastel enorme, de 1’60 m probablemente. Pero obviamente no era una tarta normal; no, definitivamente el relleno no debía estar hecho de nata, sino más bien de carne y hueso. Se oyeron varias risas entre los asistentes, su cara debía ser un poema pese a la sonrisa que intentaba dibujar. “¡Qué la pruebe!”, gritó alguien, seguido de varias carcajadas.
Brian caminó hacia él con gesto triunfal y le levantó de la silla, empujándole hacia el regalo.
- Estás agarrotado, chico –le susurró al oído.
- Vas a morir –murmuró Frank dulcemente- ¿D-de quién ha sido la idea, qué hago ahora?
- Sólo hazte el sorprendido cuando salga la chica de dentro, y luego… no lo sé, baila un poco con ella.
- Oh, joder.
Miró en derredor buscando algún tipo de ayuda, pero solo encontró miradas ávidas frente a lo que se avecinaba. Bien, lo más inteligente sería intentar contagiarse del nerviosismo de los invitados y relajarse… oh, y también hacer caso omiso de Gerard, que reía sacudiendo los hombros en un rincón de la habitación. Se jugaba el cuello a que había sido él el de la idea de la streapper. Cuanto antes termine, mejor, se dijo dando un paso al frente y pasando un dedo por la cobertura de nata.
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Estaba lo más lejos posible de la mesa de las bebidas, el simple olor del alcohol le contraía el estómago en una náusea. Por supuesto que nadie debía notar esa reacción, y si lo hacían la excusa era estándar: un cólico pillado en Europa, por el frío de Rusia. Charley se había preocupado acerca de la palidez que llevaba arrastrando desde hacía cuatro días, ya que era alarmante que él precisamente pudiese estar más blanco aún, pero parecía ser la única alarmada. Era probable que el resto de la gente pensase que se había maquillado para la ocasión, y no pensaba desengañarles. El hecho de haber vuelto a probar el alcohol después de cinco años de sobriedad no le había venido nada bien al organismo, se sentía extremadamente débil, y un poco deprimido cuando se acercaba la hora crepuscular. Pasajero, suponía.
Le venían bien momentos como los que estaba viviendo en esos instantes: Frank con la cara tan roja como sus Converse intentando mostrarse complacido ante los contoneos de la bailarina de la tarta. Se llevó dos dedos a la boca y silbó junto a los demás. Oh, ahora la chica se había sentado sobre las pantorrillas del guitarrista, ¿qué más podía pedir? Se acercó a la escena y soltó una sonora carcajada al contemplar la mueca de horror mal disimulada de su amigo. La joven levantó la mirada hacia él y se levantó repentinamente, moviendo los hombros de manera acompasada en su dirección. A Gerard se le secó la boca. Los asistentes se hicieron a un lado para dejar el pasillo libre mientras él intentaba buscar una brecha entre las personas por la que colarse y huir, pero en cuanto se acercaba a una posible escapada, le empujaban hacia el centro del pasillo otra vez. Vaya, nunca habría pensado que una streapper se lanzaría a su cuello en una fiesta que no fuera para él; no tenía una reacción preparada, así que simplemente se limitó a sujetarse a su pequeña cintura para no parecer una estatua pálida con chaqueta. Bajó la mirada azorado, pero al momento se dio cuenta de que parecería que le estaba mirando el escote, así que absolvió levantarla y mirar la cara de la chica. Era realmente bonita, mucho. Tal vez con unas facciones demasiado inocentes a primera vista como para poder asociarla con la profesión que tenía, pero tenía ese brillo oscuro en los ojos –enormes y marrones delineados en negro- que mataba por completo cualquier dulzura de sus otros rasgos. Observó varias pecas en la punta de su pequeña nariz, y se sorprendió imaginando las muchas otras que debía haber bajo esas capas de maquillaje y colorete. El único defecto es que olía a alcohol. Más bien apestaba, apestaba a ginebra, y su estómago le hizo saber que no soportaría mucho tiempo tan pegado a ella. Desvió los ojos en dirección a Frank, que se mordía el puño para contener la risa entre los gritos de la gente. La bailarina empezó a mover las caderas. “Oh no”, murmuró Gerard apretando los párpados con la esperanza de abrirlos y descubrirse de nuevo en el rincón de la sala, apartado de la mesa de bebidas y riéndose silenciosamente a su bola.
- Eres muy guapo –sonrió la chica de lado. También tenía la boca bonita, de piñón y roja.
- Tú… t-tú también -balbuceó el vocalista.
- Tranquilízate. Solo baila.
- No… no bailo. No sé, vaya. Y en público aún menos, si cabe.
- ¿Cómo te llamas, chico pálido?
- Gerard.
- Gerard –repitió ella en un susurro- Gerard. Me gusta como suena tu nombre, Gerard.
- Gracias. ¿El tuyo es…?
- ¿El mío? –soltó una carcajada similar a la de un pirata. Parecía imposible que de aquella boca tan femenina hubiese salido una risa tan espontáneamente bestia- No tienes porqué ser cortés.
- Bueno, -dijo mientras intentaba llevar el ritmo con los pies- tú me has preguntado a mí.
- ¿No quieres saber algo referido a mis tarifas, mis medidas o mi estado civil?
- ¿Qué? Oh, no no -se estaba mareando por el olor a alcohol- Realmente quería saber tu nombre.
- Vaya –guardó silencio- ¿Cómo es posible que en el restaurante de cuatro estrellas donde trabajo por las mañanas los clientes en vez de pedirme la cuenta sean salidos detestables que me piden el móvil, y en cumpleaños de salidos detestables los clientes me pidan el nombre en vez de un baile? –y sin previo aviso, saltó y enroscó sus piernas en torno a las caderas del vocalista. Pesaba poco- Eres interesante. Pero lamentablemente no eres tú el del cumpleaños, y debería ir a avergonzar al verdadero protagonista.
- Bueno, creo que podré soportar lo de dejar de hacer el ridículo fingiendo que bailo. Ya sabes.
- Dime, ¿te encuentras bien?
- Quizá debería sentarme –murmuró intentando respirar por la boca. Uh, malo. Ahora el paladar le sabía a ginebra.
- Me llamo Stacey –comentó bajando al suelo y dándole un casto beso en los labios- Enchantée.
Gerard sonrió cuando la bailarina le dio la espalda y caminó hacia Frank, y en ese segundo se le cruzaron varios pensamientos. Entre ellos, porqué una chica así tenía que trabajar de eso. Qué le impulsaba a no utilizar su ingenio para otro tipo de entrevistas. Y cómo de duro debía de ser ese mundo de la fiesta –tan glamourosamente encubierto- como para que tuviese que ir bebida. Nunca pensó que podría llegar a decir esto, pero se sentía identificado con ella. O más bien, su juventud se sentía identificada con ella. ¿Tendría ella una posibilidad del tamaño de la que se le apareció a Gerard en su día para salir adelante con otra vida?
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La sala quedó en silencio cuando el último invitado se despidió y salió por la puerta. Bob, Ray y Mikey conversaban sentados en los sofás del centro, dentro de la nube de humo que habían creado ellos mismos. Frank suspiró con los ojos cerrados. Ya podía descansar los músculos de la cara, no tenía porqué seguir sonriendo como una marioneta. Notó las manos de alguien masajeándole los hombros y se giró hasta chocar con la mirada de Gerard.
- Ha sido idea tuya, ¿verdad?
- ¿El qué?
- La streapper –dijo bostezando.
- Las reclamaciones a Brian, que está cargando las sillas en la furgoneta.
- Pobre chica, debo de haber sido la persona más difícil de seducir en toda su carrera.
El vocalista rió mientras le abrazaba. Frank bostezó de nuevo y le acarició la espalda, pensativo, con un recuerdo rondándole.
- ¿Te diste cuenta de que olía a alcohol?
- Sí.
- Me dio pena, me avergoncé de que la hubiésemos contratado.
- Se gana la vida de esta forma –intervino Bob- Deberías alegrarte de contribuir a su sueldo.
- ¡No! –dijo deshaciéndose del abrazo de Gerard y caminando hacia los sofás para sentarse en el único hueco que quedaba- ¿No lo entiendes? Mientras ella siga ganando dinero de esto, no saldrá, no buscará otro empleo mejor.
- No hay otro empleo mejor, realmente.
- Claro, y ahora dirás la famosa frase de que si fueses tía te harías prostituta.
- ¿Cómo lo sabes?
Frank hizo un aspaviento con la mano para zanjar la conversación, y de nuevo la sala volvió a quedar en silencio. Llevaban en New York desde hacía dos días, y dentro de otros dos tendrían su primer concierto de la Gira en tierras americanas, en un local más íntimo de lo normal de la famosa Quinta Avenida. Ninguno parecía nervioso ante la perspectiva de un casi-acústico; ninguno excepto Gerard. Se ponía tenso si la gente estaba demasiado cerca suya, le desconcentraba. Le gustaba sentirse más seguro, actitud que se había visto reforzada desde que ocurriese el incidente del concierto en el que los fans se lo tragaron hasta dejarle inconsciente. Pero al mismo tiempo no podía evitar sentir una ligera nostalgia cuando se les presentaban ese tipo de acercamientos a sus seguidores, una o dos veces por año… al fin y al cabo, ¿cómo fueron sus comienzos, sino en un sótano sin tarima? Era abrumador tener aquellas caras extasiadas a tres palmos, sentir las pulsaciones de todos los corazones en tus propios latidos, oír los gritos histéricos de toda una muchedumbre reconcentrada en esos espacios tan reducidos, y tocar la punta de los dedos de alguien que jamás, y podía jurarlo por haber vivido esas situaciones en su adolescencia, olvidaría ese gesto. Apenas recordaba cómo era vivir eso, y tal vez por eso se ponía más nervioso aún, por miedo a no saber dar con la reacción adecuada. Tal vez por eso no había descansado lo suficiente desde que llegasen a América, teniendo en cuenta, claro, que la ciudad en la que estaban no era la más acogedora. Para empezar, nada más bajar del avión el clima parecía haberles dado una bofetada a cada uno en la cara con un viento exageradamente gélido. Por aquellas fechas solía incluso nevar, así que prácticamente habrían dado las gracias a los cielos si hubiesen podido despegar las mandíbulas. Los más de diez millones de personas –una verdadera recopilación de todas las razas y clases sociales del mundo- corrían por las avenidas con las cabezas gachas y los maletines en mano, con prisa. Siempre con prisa. Eso al menos era algo bueno: nadie se molestaba en levantar la cabeza para mirar al de al lado pudiendo estar resguardados tras la bufanda, así que nadie les paró en el trayecto hasta el hotel. Ruido y stress, eso era New York si no podías dar un paseo para admirar sus monumentos o echarles un vistazo a las tiendas. Y eso era lo que menos necesitaba Gerard en esos días tan críticos para su cuerpo y su autoestima. Seguía manteniendo que por haberse quedado tan solo dos días más en Europa y haber atrasado algunas entrevistas pendientes, no habría habido problemas. Pero Brian había insistido en que ya que no se había podido celebrar la fiesta de cumpleaños de Frankie el mismo día 31, como hasta ahora se había ido sucediendo todos los años, al menos que fuera lo más cercanamente posible a la fecha.
No quedaba otra. Uno de los planes que se había propuesto en el trayecto en avión había sido el de hacer feliz a Frank, fuera al precio que fuera, sin cuestionarse por un segundo si merecía la pena o no sacrificar hasta lo más insignificante. En diez días el guitarrista tenía cita con el hospital para decidir de una vez por todas qué decisión tomar respecto a sus pulmones, así que lo mínimo que podía hacer por él era amenizarle la espera y darle consejo, si es que lo pedía. No pensaba ponerle al corriente de ninguna de las inseguridades que habían aparecido en su mente mientras pasaban el control de equipaje en el aeropuerto. Uno de los malditos pensamientos, quizás el más fuerte, era la posible reaparición –o no, ¿quién podía saberlo?- de Mr. White. Le inquietaba no haber tenido noticias de él en un mes, no era propio de ese lunático. Intentaba no darle vueltas, pero inconscientemente se iba tejiendo en su cerebro la posible idea de que estuviese preparando otro ‘golpe’. Si así fuera, ¿qué sería esta vez? ¿Otra nota, otro atentado en el autobús?